En Lima, en el centro de la capital y muy cerquita de la Plaza de Armas, está el hotel España, aunque más que un hotel parece un palacete de hace dos siglos. Los pasillos están poblados de grandes cuadros con marcos dorados, esculturas griegas en cada esquina, pomposas lámparas de araña con lágrimas de cristal, escaleras laberínticas,… Te da la sensación de estar en la película “Lo que el viento se llevó”, y como si de un momento a otro fuese a aparecer esa mujer negra diciendo “¡Señorita Escarlata! ¡Señorita Escarlata!”… Pero lo que lo hace más especial, si cabe, es la fauna de animales que lo puebla. Hay un gran jardín con muchas zonas cubiertas de una tupida vegetación, donde conviven gatos y perros entre pavos reales, guacamayos, loros, papagayos, y más animales que seguro ni he visto. Muchos de ellos se encaraman en las estatuas de las figuras griegas, como si quisiesen posar para una foto. Sobre el blanco mármol de las figuras, sus colores se muestran más vivos aún. Otros animales incluso se aventuran al interior del hotel. No es difícil ver a una pareja de faisanes descansando sobre el posa-manos de la barandilla de un patio interior, o a César, uno de los muchos gatos, acostado en uno de los recovecos del oscuro mueble de madera que se utilizaba para recibir las cartas, junto al mostrador de recepción.
Como es un hotel bastante económico, muchos de los clientes son jóvenes de cualquier parte del mundo, lo que le da un ambiente internacional y bohemio. El dueño es un hombre mayor que va siempre por el hotel dando vueltas, en un andar torpe y pesado, con un perro que le sigue. En cuanto se despega un poco le dice: “¡Ítalo!”, y el animal se le vuelve a pegar. La señora de la recepción es muy amable. Tiene una expresión dulce, que al momento te hace sentir en casa. A esta mujer, le preguntes lo que le preguntes, le pidas lo que le pidas, siempre hace algo por ti, coge su teléfono y siempre tiene un conocido que te pueda resolver cualquier problema.