Notas de viaje – Cuba – Jugar en la calle

Béisbol

Me he perdido, y atravieso un barrio deprimido en la periferia de la Habana. Me adentro en una calle sin asfaltar, entre casas semiderruidas. Unos niños corren y juegan con zapatos casi rotos. Me percato de que están jugando al béisbol. Utilizan unos bates fabricados por ellos mismos, con palos de madera, con los que intentan batear una pelota compuesta por unos trapos rodeando a algo pesado, quizás una piedra. Negros, blancos, jóvenes de cualquier tono de color de piel, aunque todos con la misma predisposición a reír. Los escuchas discutir de sus equipos de béisbol como discutirían los niños en España de sus equipos de fútbol. Entre carrera y carrera gritan con frases del tipo: “¡Verás! ¡Que te la voy a tirar picada!”, como en mi tierra podrían decir: “¡Verás que tiro! ¡Va a ir por la escuadra!”. Se percatan de que estoy pasando por la calle cerca de la pared, para no molestarlos, pero educadamente paran el juego hasta que paso. De buena gana me habría quedado un buen rato allí parado, escuchándoles, y hasta jugando con ellos.

Jóvenes

Al final del Malecón, en la entrada de la bahía, hay varios chiringuitos. Parece un lugar ideal para extranjeros, pero la mayoría de los que llegan hasta allí no lo son. Hay muchos grupos de cubanos, habitantes de la Habana Vieja, que se acercan por la noche para tomar algo y dar un paseo junto al mar. El ambiente me ha recordado mucho a las zonas de playa en mi juventud, cuando los jóvenes no teníamos teléfonos móviles ni videojuegos. Grandes bandadas de chavales juegan a cualquier cosa que se les ocurra, a algún juego que implique correr, adivinar algo, o a “picar” a las chicas. Un grupo de cinco o seis chavales de unos trece o catorce años, al cruzarse con otro grupo de chicas de las mismas edades, cambian su rumbo, y se van detrás de ellas, persiguiéndolas. Les dicen cosas del tipo: “¡Oye tú!… Si tú, la que va al lado de la del pelo naranja”… Pero las chicas siguen su paseo sin que ninguna se vuelva y caiga en la trampa, y aparentemente sin prestarles ni la más mínima atención. Pero otro chico se acerca sigilosamente y se cuela al lado de una de ellas, que al sentir su presencia y volverse da un respingo. Ellas continúan la marcha en silencio, tratando de disimular, haciéndose las interesantes, aunque unos pasos más a delante se miran entre ellas y explotan riendo. Los chicos por detrás forman un corro y comentan el éxito, orgullosos de haber “causado algún efecto”. Deciden continuar persiguiéndolas, improvisando nuevas cosas que decir, o que hacer.