Manzanilla (Huelva) – Historia de una palmera

Historia de una palmera

Os voy a contar una historia de mi familia. Dicen que en el año mil ochocientos cuarenta y siete, unos antepasados míos acudieron desde el pueblo de Manzanilla (Huelva) hasta la ciudad de Sevilla, para asistir a una feria de ganado. Hoy día esta feria se sigue celebrando y la llamamos Feria de Abril. Aquella fue la primera que se celebró. No me puedo imaginar todo lo que se podría comprar hace ciento setenta años en una feria, pero a la postre lo más importante fueron unos dátiles. Y en concreto uno de ellos, el que de regreso al pueblo fue enterrado en la casa de la familia, entre bodegas y corrales, en un jardín poblado de damas de noche, jazmines y brotes de menta. En aquel lugar una planta germinó, y en unos años el pequeño dátil se convirtió en una esbelta palmera. Luego fueron pasando las estaciones, los inviernos, las primaveras, y la palmera fue creciendo más y más. Se fue haciendo cada año más alta y majestuosa. Se elevó por encima de los árboles, de las casas, y con el tiempo incluso consiguió mirar a la torre de la iglesia cara a cara. En los viñedos de la comarca se convirtió en una referencia para los agricultores. La fama de la palmera fue creciendo con su altura, y a principios del siglo XX ya era conocida por los viajeros que transitaban la carretera entre Sevilla y Huelva. Se la podía distinguir a veinte kilómetros del pueblo. Al llegar a éste, la gente se detenía en la carretera para admirarla, con sus caballos, sus carros y con los primeros coches a motor. En su cumbre anidaban grandes aves, y proporcionaba los mejores dátiles que nadie hubiese probado.

Pero por otro lado, la palmera suponía un peligro para algunos vecinos, porque se doblaba cuando el viento soplaba fuerte. Temían que algún día cayese sobre sus casas. Tanto que, una noche, un hombre trepó hasta arriba para cortar sus ramas, con el objeto de acabar con ella. Pero no lo consiguió, a la primavera siguiente rebrotaron aún con más fuerza. Y aunque la palmera seguía siendo muy querida por la mayoría, e incluso tratada por las autoridades como un monumento más, con el tiempo la gente del pueblo se dividió entre los que la querían mantener y los que deseaban que se cortase. A mediados de los años sesenta del siglo pasado, la familia recibió varias denuncias de estos últimos, y hubo que buscar una solución. Pero no era fácil acabar con la palmera, no sólo ya por el lado sentimental, sino por la dificultad de hacerlo. Aunque la palmera era tan conocida, que la situación incluso llegó a los oídos de varios jardineros del parque de María Luisa de Sevilla. Estos se ofrecieron para cortarla, y llegaron a un acuerdo con mi familia. Para ellos suponía un reto.

El día que viajaron a Manzanilla todo el pueblo estaba expectante. Los hombres treparon por su tronco hasta alcanzar su penacho, y desde abajo la gente esperaba que comenzasen a caer sus ramas. Pero de repente, sorprendidos, comprobaron que los jardineros descendían sin tocarla. Al llegar al suelo hablaban que era una lástima, que la palmera por arriba estaba verde y viva, y que la planta podría vivir cien años más sin que su tronco se quebrase. Preferían volverse a Sevilla sin ganar nada. Pero la suerte de la palmera ya estaba echada, y finalmente se les pidió que la cortasen. Los jardineros volvieron a subir. La comenzaron a desmontar desde arriba, y de ahí continuaron trozo a trozo, hasta su base. Ese día, dicen que todos los niños del pueblo comieron del palmito de su corazón, de entre sus hojas más tiernas, las que rozaban el cielo. Dicen que era el más rico y sabroso que nunca habían probado. Unos días después, el once de agosto de mil novecientos sesenta y seis, en el diario ABC de Sevilla un periodista escribió: “Manzanilla ha perdido su palmera. Ya sólo le queda su torre”.

Desde su altura, la palmera seguro que pudo seguir la vida de mis tatarabuelos, de mis bisabuelos, de mis abuelos, de mis tíos, de mi madre con sus cuatro hermanas, así como la de varias generaciones de la gente del pueblo. Yo no llegué a conocerla, pero tras muchos años de escuchar hablar de ella, ha llegado a mis manos esta foto, que me ha permitido saber cómo era.

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