Si sólo dispusiese de una hora para enseñarle a alguien China, lo llevaría a un parque.
Por la mañana o por la tarde, el parque no es solo un lugar de asueto, tranquilo, donde pasear y hacer ejercicio, también es un lugar de reunión y de ocio. Un lugar donde tocar algún instrumento, donde jugar a las cartas, al ‘xiàngqí’ (ajedrez chino), o a juegos indescifrables. Aquí los chinos se muestran más como son, alejados de las calles comerciales, de las oficinas y de las fábricas. Aquí impera la naturaleza, la exuberante vegetación, los estanques, la flor de loto,… Las cuidadas flores procuran un ambiente relajado que ellos aprovechan sabiamente. ¿Qué mejor lugar para practicar algún juego de mesa, algún deporte con raquetas, o bailar chachachá al ritmo de canciones chinas?
Pero en los parques no sólo hay vida durante el día, de noche la actividad continúa e incluso aumenta. Muchas personas, una vez terminada su jornada de trabajo, acuden al parque a hacer ejercicio o a ensayar coreografías en extrañas fusiones de música china con bailes de otros continentes. A la luz de las farolas forman grandes grupos en zonas abiertas, entre los árboles, donde cualquiera es bienvenido a unirse. Por en medio los padres pasean con sus hijos buscando alguna diversión con la que entretenerlos, y los novios indagan lugares donde cortejarse. No les faltan sitios. En los lagos, una vegetación de ensueño proporciona bellos rincones donde cobijarse, donde huir de las miradas, e intentar abstraerse del mundo, en este lugar del mundo tan poblado. Quizás por eso los chinos construyan cosas tan bellas en sus parques, porque cuando se admiran, proporcionan sensación de tranquilidad, de soledad, y de que el tiempo se detiene, permitiendo evadirse del bullicioso e inevitable universo que los envuelve.