Bamako, finales de Enero. Mientras en Europa los termómetros están congelados, en Malí está empezando la estación seca, donde muchos días se superan los cincuenta grados. Tres compañeros de la ONG, junto con el padre Emilio, visitamos el barrio sin hilos, uno de los más pobres de la capital. Dejamos el coche a la entrada y nos internamos en él andando.
Las casas son chozas de adobe, con un avance de palos retorcidos y paja, en un intento de dar sombra. Las calles no están asfaltadas, y a un lado, un canal de aguas fecales nos acompaña, al igual que su olor. Un revuelo de niños envuelve cada paso que damos. Ríen, gritan, dicen algo como cubagu, o tubagu…
No nos piden. Conocen al padre Emilio. Saben que venimos a ayudar, pero que no somos turistas. A nuestro paso la gente sale a la entrada de sus casas y nos clavan sus miradas. Cuando te fijas en alguno de ellos, te responde con una sonrisa y un saludo.
– ¿Veis lo que os dije antes? –comenta el padre Emilio–. Los morenos aquí, por muy pobres que sean, cuidan mucho de la limpieza de sus cuerpos y de su ropa.
Me quedo pensando en la palabra moreno. Es el primer día que piso África y quiero saber la forma más correcta de referirme a ellos: moreno, negrito, negro, de color…
Un niño pequeño se me acerca con una camiseta del Barça, y me vuelve a repetir entre risas, en tono de burla: tu ba gu, tu ba gu, tu ba gu, y, como si fuese a salir corriendo detrás de él, se aleja sin dejar de reír.
– ¿Qué quiere decir tubagu? –le pregunto al Padre Emilio.
– Lo que dice es TUBABU, que quiere decir blanco.