“La ilusión es a la tristeza lo que la memoria al olvido”. Frases sin sentido como esta se me ocurren a veces cuando voy solo en mi coche, y hoy cumplo tres semanas seguidas dentro de él. Después de unas horas al volante, una parte de mi cuerpo se erige en representante del resto y me pide un descanso. Unas veces es la espalda la que se tensa como un arco, otras veces son las piernas las que con un suave hormigueo me quieren avisar, y otras veces el que protesta es el estómago. Este último es al que más me gusta complacer. Yo siempre les hago caso y me detengo en algún sitio a comer, a repostar en una gasolinera, o en algún camino secundario donde bajarme a estirar el cuerpo y oler el campo. Por las noches me quedo en algún hostal de carretera o en algún pueblo, donde una ducha caliente y una cama me entristecen, me hacen caer en la tentación de echar de menos un hogar. A esas horas la soledad se puede tocar. Pero al levantarme me encuentro bien, sobre todo después de tomar café y comer algo. Salgo afuera a respirar el aire fresco de la mañana y me dejo sorprender por el paisaje siempre diferente que la oscuridad de la noche me impidió ver a mi llegada. Unas veces aparezco rodeado de montañas con cumbres nevadas y otras de campos de cultivos que se pierden en el infinito. Desde que partí, nunca hay dos días que mis ojos se abran al mundo viendo lo mismo. Luego me subo al coche dispuesto a seguir haciendo kilómetros y elijo la música que menos haya repetido, o la que mejor se amolde a mi estado de ánimo. Voy dejando atrás pueblos, ciudades, valles, cruzo puentes sobre ríos de aguas que siempre parecen mansas, y a media mañana me detengo de nuevo en algún sitio.
Ahora estoy en una playa junto a unos acantilados. Viendo las olas romper me pregunto qué mar será este. Hace días que he dejado de escuchar mi idioma y no es que me preocupe demasiado saber dónde estoy, pero de vez en cuando me gustaría conocer el nombre de lo que estoy viendo. En este lugar hace mucho frío, aquí el sol no calienta, pero a este paisaje de verdes montañas eso parece sentarle bien. Esta parte del mundo es apacible, tranquila, nada que ver con el lugar desde donde partí, hace tres semanas.
Recuerdo aquella mañana. ¡Parece tan lejana en el tiempo! Acudía como todos los días al trabajo en mi ciudad, en una interminable marabunta de coches y camiones, lentamente, inmerso en un mar de techos de hojalata. De repente, algo alteró la monotonía de la procesión, giré el volante y me desvié del itinerario habitual. Entonces me encontré en una autopista que obligaba a salir de la ciudad, y me fui alejando. Perdí de vista los bloques de pisos y los grises tejados de las naves industriales. Era como un juego. Pero mientras una parte de mi cabeza me decía que la aventura había llegado demasiado lejos y que debía pensar una buena excusa que decir en la oficina, la otra no me permitía hacerlo. Y el resultado fue que cada vez me alejaba más, más y más, hasta que llegado un punto no pude volver. Seguí conduciendo sin descanso, de una carretera a otra, de una ciudad a otra. Y así un día, y otro, hasta llegar aquí donde me encuentro ahora, en este frío paraíso.
¿Me habré vuelto loco? Recuerdo que antes, cuando viajaba, por muy lejos que estuviera de mi casa siempre tenía una referencia, algo que añorar. No sé bien cómo explicarlo. Todos saben que el mundo es redondo. Yo nunca lo he podido comprobar, pero me lo creo. A veces pienso que como es redondo, tiene un centro, una especie de ombligo. Aunque en realidad existen infinitos centros del mundo, porque cada persona tiene el suyo propio. Puede ser el lugar donde se encuentra su gente, su familia, sus amigos, o las personas a las que quiere. El centro del mundo es un lugar recordado, venerado cuando nos encontramos lejos, porque, estemos donde estemos en este mundo redondo, nuestra cabeza no puede dejar de pensar en el que para nosotros es su centro. Quizás lo que me ocurre es que yo ya no lo tenga, lo haya perdido. Quizás lo busque con una brújula cuya aguja es de plástico, que gira a su libre albedrío, apuntando siempre a un lugar diferente, convirtiendo la ilusión en tristeza, y la memoria, en olvido.