Notas de viajes – Tanzania – El paisaje de Moshi

Llegamos de noche a la ciudad de Moshi. De lejos, nuestro hotel parecía una montaña sobresaliendo entre un mar de casitas bajas. Por la mañana nos sirvieron el desayuno en la planta más alta, la quinta, donde el nuevo día daba la bienvenida con excelentes vistas. Aunque sólo se podían distinguir los barrios más cercanos, porque una bruma no dejaba ver más allá. Me llamó mucho la atención la vista en una dirección. Un fantasmagórico paisaje de nubes escalonadas parecía ocultar algo misterioso a las afueras de Moshi, con diferentes alturas entre la niebla. Esa mañana partimos de excursión, y no volvimos hasta por la noche.

               A la mañana siguiente también desayunamos en la terraza de la última planta, y tuve exactamente la misma visión de la mañana anterior. Aunque esta vez la bruma se aclaraba algo con el tímido sol. Se perfilaban algunas formas en la distancia. Lo que antes era gris ahora tomaba algún color. Dudaba que fuesen construcciones o vegetación. Pero antes de que se desvelase el misterio, en la expedición se dio la voz de salida, y tuve que partir de nuevo.

               Afortunadamente por la tarde volvimos temprano, con las últimas horas de luz. Al llegar al hotel subí apresuradamente a la terraza. Me situé frente al ventanal que durante el desayuno me absorbía mientras tomaba la taza de café. Esta vez sí, el paisaje no tenía nada que ver con el de la mañana, y al observar en la dirección de las misteriosas brumas me di cuenta de lo que escondían: la montaña del Kilimanjaro. La había tenido delante de mis narices las dos mañanas, sin verla, pero ahora podía disfrutar de sus formas, de su grandeza, de sus picos helados, de la rareza en su entorno entre paisajes verdes.

               Dicen que debido al cambio climático quizás pertenezca a la última generación de seres humanos que haya visto nieve en su cumbre, como pudieron verla nuestros antecesores desde hace millones de años. La montaña me pareció uno de esos pesados elefantes que trata de sobrevivir en este planeta cambiante. Me entristeció pensar que, si algún día volvía, quizás ya no exista la nieve. Con el declinar de la tarde se fue cubriendo de nubes, como para despedirse antes que el sol. Dicen por allí que cuándo la montaña desaparece es porque la cubre una manta, y no hay que molestarla, porque ya se ha echado a dormir.

Moshi