En esta fría mañana les observo
caminando por los andenes
como pálida marea
de velas apagadas
que en silencio desfilan
hacia vagones cuyo final
no se adivina,
y en cuyo interior,
los cuerpos dan calor
y las miradas dan frío,
entre caras que casi se tocan,
pero que no se volverán a ver.

Miradas perdidas por los cristales,
miradas solitarias, resignadas,
máscaras esculpidas en el hielo
ocultando a mujeres y hombres
que se me ocurre, quieren volar
escapar a otro lugar.
Quizás no demasiado lejos
tan sólo a una de esas noches,
a cualquier noche de bares y olvido
de rostros amables y velas encendidas
cuando la ciudad da un respiro a la vida
y la vida se hace más ligera, más soportable,
y se viste de rubia cerveza, de oscuro vino,
de seductores licores que nos elevan
por encima de calles y avenidas
sobrevolando edificios de granito y cristal
donde buscar un soplo de arte
y romper por un soplo de tiempo
con el inevitable ciclo infinito.