Constantinopla (la actual Estambul) fue durante mucho tiempo el centro del mundo. Hay que imaginarse cuando no existían trenes, ni aviones, ni grandes buques. Hay que ponerse en la piel del viajero cuando sólo se contaba con la fuerza de los animales para mover los carros, o la del viento para impulsar las velas de los navíos. Hasta hace relativamente poco, para viajar entre Asia y Europa había que cruzar el estrecho del Bósforo, puesto que en aquel lugar privilegiado los dioses habían permitido que los dos continentes casi se tocasen, y se mirasen cara a cara. Y eso no solo lo convertía en un lugar estratégico para los transportes entre el este y el oeste, también de norte a sur, ya que a la vez era un paso marítimo obligado entre el mar Negro y el Mediterráneo. Habría sido digno de conocer el asombro de cualquier viajero de la antigüedad al recalar en aquellos puertos, en aquellas tierras, donde por una calle o en cualquier mercado podría conocer idiomas y colores de piel tan diferentes. Tan importante fue esta ciudad, que durante un tiempo fue la más poblada del planeta. Hoy día no lo es, la habitan tan solo quince millones de personas, pero todavía se puede observar la milenaria fusión de culturas. No hay más que observar sus caras, sus cabellos, sus costumbres, su música, sus bailes, con rasgos de todos los pueblos que rodean a Turquía: caucásicos, balcánicos, griegos, árabes… Un mosaico que recuerda que este lugar, agraciado por el capricho de la geografía, durante muchos siglos fue el centro del mundo.

Turquía - Estambul