En octubre de 1962, el mundo como lo conocemos estuvo a punto de desaparecer. Es lo que en los libros de historia se llama “la crisis de los misiles“, o lo que dio lugar a la famosa película “trece días”. Hacía pocos años que Fidel Castro había llegado al poder en Cuba tras una revolución, y su régimen tenía graves problemas con EEUU, quien incluso quería invadir la isla. Por ello Cuba se alió con la antigua “Unión de Repúblicas Soviéticas”, la URSS. Mediante esta alianza la URSS envió misiles nucleares a Cuba para ofrecerle protección y de paso tomar ventaja en lo que se llamó “La Guerra Fría” entre las dos superpotencias, al colocar armas muy cerca de Estados Unidos. Pero el servicio de espionaje de este país advirtió el movimiento, y Kennedy, que era por entonces su presidente, amenazó al presidente ruso Kruschev con una serie de medidas que iniciaron una escalada de roces y hostilidades. Progresivamente, en unos días, fue  aumentando el nivel de riesgo de que se produjese un altercado militar y con ello el inicio de la Tercera Guerra Mundial. Con el nivel armamentístico que ambos países tenían entonces, eso habría supuesto el fin de la especie humana. Finalmente, tras trece días en los que se jugó con el destino del planeta, llegaron a un acuerdo.

Desde entonces Estados Unidos ha mantenido un clima de hostilidad sobre Cuba, y una de sus consecuencias ha sido un bloqueo económico que perdura hasta hoy. Al principio de este bloqueo Cuba centró su comercio con su aliado, la URSS. Es por ello por lo que hoy se pueden ver por las calles de la Habana coches de fabricación Soviética de los años sesenta, como los sobrios Moskvitch o los Lada. Pero como además no existen fábricas de coches en Cuba ni ha podido importar demasiado de otros sitios, los cubanos han tenido que conservar los coches que ya existían en la isla en la época de la revolución, que en su mayoría eran coches de origen norteamericano. Son modelos de los años cincuenta: Cadillac, Pontiac, Packard, o Dodge, que en cualquier sitio serían piezas de museos, pero aquí siguen siendo muy necesarios.

Cuando ves esos viejos coches norteamericanos por las calles, algunos  parecen estar como muchos edificios de La Habana Vieja, con sus desconchados, medio derruidos, pero otros muchos están muy bien cuidados, y presentan un aspecto reluciente, con colores muy vivos. Por un momento pareces estar en el rodaje de alguna película como Darty Dancing o Grease. Consiguen mantenerlos en funcionamiento con muy poco, con la cultura de la necesidad tan desarrollada aquí. Se buscan la vida para adaptarle piezas de coches modernos que consiguen introducir en la isla a través de amigos y familiares en Miami, y la mecánica corre por su cuenta. Ellos dicen que hay un mecánico en cada cubano, y también que el cubano quiere más al coche que a su mujer.

No hace falta ir a ninguna parte para poder verlos, están por todas partes, puedes cogerlos como taxi, dar un paseo por el centro de la Habana, o verlos por cualquier barrio, por las carreteras… Hoy he visto algo que me ha hecho pensar. Estaban detenidos en un semáforo un viejo y austero Moskvitch de fabricación soviética, de verde oscuro, junto a un antiguo pero colorido Cadillac norteamericano. Puerta con puerta, en primera línea, dispuestos a arrancar en cuanto el semáforo tornase a verde. Cincuenta años después de que ocurriese “la crisis de los misiles”, que casi acaba con el planeta, se encontraban en un semáforo un representante de cada una de las partes del conflicto, en forma de coche. Y además en el lugar donde se originó todo, y que fue el centro del mundo aquel octubre de 1962.